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Luis Benito Ramos nació en la pequeña población de Guasca, Cundinamarca, en 1899. A los 18 años ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. Diez años después, en 1928, ganó en concurso la beca que le permitió ir a París a perfeccionar sus estudios. Allí permaneció hasta 1934. Como los emolumentos oficiales no duraron sino el primer año, Ramos se vio precisado, los otros cinco, a ganar la vida con su sudor y su talento. Se vivían tiempos de crisis económica, la del famoso crack de Wall Street, cuyos efectos se prolongaron hasta bien entrada la década del treinta. El mercado de arte se hundió. En medio de la depresión. Ramos descubrió que la fotografía seguía dando de comer y que con una cámara podría ganar el dinero que le permitiría prolongar su estadía en la capital francesa.

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Acogiéndose a un método que sigue teniendo vigencia. Ramos debió limitarse a leer instrucciones impresas sobre cómo manipular la cámara y cómo revelar la película en el cuarto oscuro, instrucciones que sin la menor duda debió completar con uno que otro consejo que pidió por ahí y luego aplicó con discernimiento. Según nos cuentan los primeros biógrafos, sus fotos fueron publicadas en revistas parisinas, o sea que alcanzó en un lapso bastante breve la ambicionada meta de trabajar a nivel profesional la reportaría gráfica. Los progresos de Ramos en tan corto tiempo se pueden atribuir a los conocimientos de composición adquiridos en el taller de pintura y a los de claroscuro en el taller de dibujo. Por supuesto, al fotógrafo no lo rigen los cánones de pintores y dibujantes, pero es evidente que esos cánones enseñan a ver. Al rigor académico adquirido en las escuelas de bellas artes se sumó lo fundamental, o sea la compenetración espiritual y material con el medio técnico que había adoptado.

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